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Mensaje de los Obispos de la CEMCS para la XLIX Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales

“Comunicar la familia aquí y ahora”

Cada año, en el marco de la solemnidad de la Ascensión del Señor, la Iglesia celebra la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. Es un día oportuno para reflexionar sobre el mundo de la comunicación a la luz de la Palabra de Dios, proclamada en la Eucaristía, y que sitúa a la Iglesia en la dinámica del anuncio de la Buena Noticia: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio”. El Papa Francisco ha orientado la reflexión de la Iglesia para esta Jornada hacia la familia, que “es el primer lugar en donde aprendemos a comunicar”, al tiempo que señala que la vuelta “a este momento originario nos puede ayudar a comunicar de modo más auténtico y humano”.

Los obispos de la Comisión Episcopal de Medios de Comunicación sentimos y hacemos nuestra la urgencia del Santo Padre para poner a la familia en el centro de la reflexión de la Iglesia, también desde la perspectiva de la comunicación. El próximo Sínodo ordinario de la familia, que se celebrará en Roma el mes de octubre, supone para nosotros la oportunidad de comunicar la familia en su verdad profunda, la vocación de ser encuentro de personas vinculadas por el amor y llamadas a dar vida. En ella se aprende, se comparte, se ama.

Nuestra pertenencia a una familia natural, con los padres, el cónyuge, los hermanos o los hijos, no es exclusiva. Además de ésta, somos miembros de la gran familia humana, de la familia de los hijos de Dios, de la familia de los hermanos en Cristo. Cada una de ellas supone una oportunidad y un ambiente adecuado para realizar esa aspiración esencial de cada hombre que es alcanzar una vida humana, plena, feliz y lograda. Pero además de situarnos en el camino de la felicidad, la familia es también una exigencia y, por tanto, implica una responsabilidad que mueve a la Iglesia a actuar, en la dirección que señaló el Papa Francisco en su cuenta de twitter, “la Iglesia y la sociedad necesitan familias felices”[1]. No hay felicidad individual, egoísta, alejada del prójimo. La felicidad del hombre para ser completa ha de ser siempre compartida y el primer lugar en el que se comparte y se comunica es la propia familia.

Ser miembros de la gran familia humana es al mismo tiempo un don y una tarea, también desde la perspectiva de la comunicación. En sociedad se nos transmiten los conocimientos, las reflexiones, las opiniones, las ideas que configuran nuestro mundo interior. Gracias a esta familia humana se alcanza lo mejor de nuestra propia naturaleza compartida a través de cauces muy variados, entre los que no es el menor, el de los medios de comunicación. Reconocemos y valoramos ese don que trae consigo la humanidad y al mismo tiempo señalamos la responsabilidad que lleva aparejado. Nosotros también estamos llamados a enriquecer la vida de los demás, desde nuestra propia identidad, desde el amor y el respeto al prójimo, comunicando la verdad. Una verdad que debemos comunicar libre de las ataduras, que a veces generan lo que los expertos denominan “el ruido” de la comunicación: el rumor, la calumnia, la difamación o la incitación al odio. Es la responsabilidad que tenemos para favorecer la comunicación en la familia.

Hemos hablado también de nuestra pertenencia a la familia de los hijos de Dios. Millones de personas en este mundo somos hijos de Dios. Tomar conciencia de este don es un motivo de alegría. Como señala el Papa Francisco, “la experiencia del vínculo que nos «precede» hace que la familia sea también el contexto en el que se transmite esa forma fundamental de comunicación que es la oración. (…) La mayor parte de nosotros ha aprendido en la familia la dimensión religiosa de la comunicación, que en el cristianismo está impregnada de amor, el amor de Dios que se nos da”[2]. Ciertamente, una de las primeras comunicaciones que recibimos en nuestra familia natural fue la de la paternidad de Dios, la relación posible y necesaria con Él, nuestra pertenencia a un universo religioso que nos trasciende. Esta experiencia, que compartimos con las personas de otras religiones y tradiciones, nos obliga también a compartir con ellos la misión de comunicar su amor. El hombre, ser religioso y trascendente por naturaleza, está llamado a poner en común, a comunicar, que Dios es amor. Transmitir que Dios es amor es fuente de esperanza y motor de misericordia para el hombre y la mujer de nuestro tiempo. Esta es una aportación, un servicio muy necesario para todo tiempo y lugar, pero más aún para el tiempo que vivimos y la sociedad en que nos movemos.

Con los hermanos en Cristo, formamos también una familia, la Iglesia que, particularmente en España, mira en este tiempo a Teresa de Ávila, la gran comunicadora, de la que celebramos el Vº centenario de su nacimiento, y lo hacemos en medio del Año de la Vida Consagrada. Al recordar en este mensaje a santa Teresa de Jesús, es fácil recordar su pluma serena y certera, su entrega a la misión y al servicio de la Iglesia y su amor por la Verdad encarnada en Jesús. La vida consagrada, que sigue este ejemplo y el de tantos santos de la Iglesia, contribuye con su testimonio y su misión a la comunicación de la buena noticia del Evangelio. A esta misión queremos invitar también a todos los miembros del Pueblo de Dios. Recogiendo el testigo de santa Teresa, os pedimos que comuniquéis en el interior de la familia cristiana y en todo el mundo el amor de Dios que se nos ha revelado en su Hijo, Jesucristo.

Al mismo tiempo, con motivo de la próxima celebración de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, queremos renovar nuestro testimonio de agradecimiento a todos los profesionales de la comunicación que han dado su vida en el ejercicio de esta noble profesión. Pedimos que su servicio a la verdad y al bien tenga recompensa en la presencia de Dios. Y a todos los que continúan en el ejercicio del periodismo transmitirles nuestro afecto y el deseo de que su trabajo tenga el reconocimiento de la sociedad entera. En ello empeñamos nuestra oración al Señor Jesús, camino, verdad y vida.

Dejémonos inspirar, como nos pide el Santo Padre, por el ejemplo de la Virgen María, que en su visita a Isabel, su prima, nos muestra el modelo de una Iglesia en salida para anunciar el Evangelio y acompañar el camino de aquellos que nos necesitan.

+ Ginés Ramón García Beltrán, Obispo de Guadix y presidente de la CEMCS

+ Santiago García Aracil, Arzobispo de Mérida-Badajoz

+ Joan Píris Frígola, Obispo de Lleida

+ José Manuel Lorca Planes, Obispo de Cartagena

+ Salvador Giménez Valls, Obispo de Menorca

+ José Ignacio Munilla Aguirre, Obispo de San Sebastián


[1] @pontifex_es, 3 de octubre de 2014.

[2] Francisco, “Comunicar la familia: ambiente privilegiado del encuentro en la gratuidad del amor”, Mensaje para la XLIX Jornada Mundial de las Comunicaciones Soiales.